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DARÍO Y LA LUNA de Rubén Muñoz

Llega la noche. Un manto de oscuridad iluminado por tenues estrellas que titilan como cirios con un brillo blanquecino como un lirio. Es necesario comprender su desdicha. Su pena, su tristeza. Se mustian, hoy vemos el ayer más no sabremos hasta mañana como estarán hoy. En la riqueza de su fuego quisiera pasar mis inviernos, pensaba Darío, el de espíritu libre. Dice la Luna que tiene celos, que ella es solo un reflejo del caballero de pelo rubio.

La Luna: Que no te confunda mi color blanco perla, pues es solo la luz de aquel todopoderoso que tiene los cabellos brillantes como el oro.

Darío: No me confunde tu color blanco perla pues significa que te mantienes pura, y por eso mi corazón te codicia, te anhela. Dime diosa que en el firmamento eres el faro que guía a los mortales, ¿qué puedo hacer yo para enamorarte?

La Luna: Concédeme tres deseos, y si después de asomarte a mi corazón todavía me codicias, me anhelas, con gozo bajaré a la tierra y me casaré contigo, bajo la cúpula de estrellas, pues al sol lo aborrezco.

Llenose de gozo Darío al escuchar estas palabras. Quiso contestarle, pero un sol radiante subía por el este llevándose la noche, y la intimidad consigo, maldijo Darío al caballero de los cabellos rubios, Dios soberano, todopoderoso en los cielos.

Darío: Maldigo al Dios henchido en llamas. Mas, ¿quién se acuerda de ti, cuando ha visto la luna en su esplendor?, No quisiera yo, todopoderoso, el difamarte, pero cortas son las noches y largos los días bajo tu reinado.

El Sol no contestó, orgulloso. Sacó pecho y brilló con fuerza. No se podía trabajar bajo la luz de sus rayos que parecían el aliento de un dragón. Pero en el esfuerzo dejó su empeño. Obcecado por brillar, le pudo el cansancio y por el oeste se escondió raudo, dejando tras de sí las ultimas luces sin importarle que en la huida se quedaran atrás.

Contento Darío esperaba a su amada, pero ésta brillaba tenue por el ardor que había acometido el Sol. Como le adivinaba enferma, Darío le canto alrededor de una hoguera para que le llegara su calor.

Darío: Luna, que brillas tenue y cansada, descansa en la orilla de la playa. Si yo pudiera socorrerte, aliviarte… si yo tuviera el brillo del mismo Sol…

Y pasó la noche velando a su amada. Marte se dio cuenta de cómo el mortal Darío rondaba a la Luna, y se lo dijo a Venus, su esposa, pues suponía que pensaría igual que él.

Marte: Mira como le canta…sin saber cantar, cómo intenta calentarla con llamas incombustibles… el amor que le profesa nunca le será recíproco por más que se esfuerce, pues él es un hombre, y ella una diosa.

Venus: Poco o nada entiendes del amor, amor mío, señor de la guerra. Cierto que él es un hombre y ella una diosa, pero yo, la diosa del amor, bendigo esa relación. Me conmueve Darío, el de espíritu libre, y sé que hará dichosa a la Luna, la de tierno corazón.

Al día siguiente bajó el halo de protección de Venus, la que dispensa el amor a su antojo. La noche cayó sobre Darío y la Luna, con un halo íntimo y un perfume a jazmín.

Darío: Diosa perla, la de tierno corazón, revélame los tres deseos que anhelas para así poder desposarte, ni el dios padre, henchido de llamas, podrá separarme de ti, si todavía accedes a la promesa que afirmaste, y que tan feliz me hizo.

La Luna: Mi primer deseo es que andes descalzo sobre los ríos del Vesubio, mas entenderé que te eches atrás y que tu cuerpo sea dominado por el miedo.

Y allá fue Darío, el de espíritu libre. Subió la montaña hasta donde corría la lava y, sin pensárselo dos veces, puso un pie, y luego otro, y anduvo sobre la lava.

Darío: Ya he cumplido tu primer deseo, antinatural, pues el río de lava me parecía agua fría. Dime el segundo deseo que con gusto cumpliré aunque se me antoje imposible. Pues es tal mi enamoramiento que mi voluntad es indomable.

La Luna: No dudo de tu voluntad, así pues te pediré algo que se me antoja imposible. Tráeme un cabello de la melena dorada del Dios Padre, mientras duerme por la noche.

Así pues, Darío subió al carro de Saturno, enviado por la diosa Venus; lo condujo hasta el mismísimo palacio del Dios Padre y le robó un dorado cabello mientras éste dormía.

Darío: Luna, la que luce en el cielo y que en el firmamento destaca, aquí tienes el segundo deseo cumplido. Por verte feliz no temo la cólera del Dios de la Llama. Ahora podrás brillar con luz propia mas dime, ¿cuál es tu último deseo?

La Luna: Mi último deseo es el más fácil y a la vez el más difícil: quiero que me beses esta noche, antes de que salga el sol.

Darío: Baja a la tierra y te besaré con el alma…

La Luna: No, querido Darío. Quiero que me beses antes de bajar a la tierra, solo si consigues besarme esta noche, me casaré contigo. Pongo esa condición a mi deseo.

Y Darío se puso a pensar. ¿Cómo podría besarle? Estaba sentado en la orilla de un lago, donde gustaba bañarse en verano, ¿Cómo podría besar…?, entonces se dio cuenta… El reflejo del lago. Besó las aguas mansas que le devolvieron el beso, era ella, lo supo enseguida. La Luna se había transformado en una humilde mortal… Aquella noche se casaron con el firmamento como testigo.

 

 

 

 

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